martes, 7 de diciembre de 2010

Los yuyos

Él estaba sentado en el capó echando humo por la boca, y con el cigarro en la mano. Tenía el bolso semiabierto dejando ver alguno de los fajos de billetes.
A Chris lo conocí una vez en ese sucucho de mala muerte, entre vino y señoritas de entretención. Su hermano era compañero mío en la celda, durante esos malditos 5 años. El negocio era robar una importante cantidad de joyas, y él, en un lugar y tiempo predeterminado me las pagaría en efectivo, y así podría huir del país fácilmente, y él las vendería al doble por contactos que el solo puede saber quiénes son. Compartimos unas cinco o seis veces en el bar, y aceptamos el trato, cortándonos las manos (quizás estábamos muy ebrios)
Robé la joyería en la mañana, sin menores problemas, y me dirijo a un sitio al final de la carretela. Es muy bello el campo allí, los yuyos crecen hasta un poco más allá de tu rodilla, y siempre son verdes, y mi auto, tampoco se porta mal, salvo por esos grillos en las ruedas. En un momento me detuve, y me puse a ver una acequia al lado de la carretera. ¿Y si él me dispara en el momento de llegar y roba las joyas? creo que nunca había pensado en ello, saque un cigarro y mire el reloj, aun me quedaban 40 minutos para llegar al sitio donde estaba él, él … ¿y si él piensa que apenas llego le disparare y me quedo con el dinero y las joyas?, el debe pensar lo mismo, estamos en igualdad de condiciones. ¿Qué tan fácil nos resultaría matar a un hombre? ¿Qué pensaría él de lo que yo pienso o de lo que cree que estoy pensando? Lo más probable es que nadie llegué, y ganemos lo más valioso, la vida. El cielo no tiene nubes, es bello, y ya van a ser las 4 de la tarde. Este es el mejor pucho que he fumado nunca.
Los yuyos estaban hermosos, flores de octubre. Tenía el revólver listo. El cambio se realizó sin problemas, pero él esta vez no decía absolutamente nada chistoso, y su mirada era sería-quizás a Chris este momento resultaba tan imposible como para mí. Quizás excedí mis miedos y mi desconfianza. En realidad, matar a un hombre no es un acto de facilidad y olvido ligero. Nunca olvidare este momento, nuestras miradas se enfrentaron, y pude saber quién era él, y yo para él, yo soy otro. Es el infinito. Cada uno tomó su camino, de espaldas al otro. Los yuyos bailaban en el viento.